Miel, abejas y apicultura:
La miel lleva siendo parte de la alimentación humana desde hace miles de años. El registro más antiguo que existe de ella es en pinturas rupestres del paleolítico. No solo la miel por su poder para endulzar y sus propiedades medicinales fue admirada con el pasar de los años de las distintas civilizaciones sino que también las abejas fueron objeto de admiración religiosa en muchas culturas.
La apicultura es también una actividad con miles de años de recorrido. Aunque los métodos, maquinaria y estudios han evolucionado con el pasar del tiempo, el objetivo sigue siendo el mismo: cuidar de las abejas con el fin de propiciar su actividad y obtener la miel y otros productos que son capaces de elaborar y recolectar. Para comprender mejor su trabajo diario y el de las abejas hablamos con Hegoi Escudero, apicultor y creador de Oizpe, localizado en Atxondo.
Hegoi tiene 170 colmenas localizadas en distintas zonas del Duranguesado y recolecta y envasa la miel en un pequeño local de Axpe donde también trabajan otros apicultores. A pesar de que urbanita, de Basauri, desde pequeño tuvo interés por el sector primario. Después de estudiar en la escuela agraria de Derio y pasar por diferentes trabajos, decidió dedicarse a la apicultura. “Siempre había tenido interés por las abejas porque es un resumen de la naturaleza, de la vida. Si tú estás atento a lo que pasa en una colmena, estás atento a lo que pasa a todo tu alrededor”, cuenta Hegoi. Empezó con pocas colmenas en 2015 y fue añadiendo más y experimentando con paciencia, se hizo cargo de las colmenas de otros y dio un salto importante al tomar el relevo del apicultor más grande del Duranguesado, Roberto Ardanza, de Mendiola. La de este año es ya su tercera temporada de venta y no solo comercializa miel sino también própolis. Con él charlamos sobre cómo se obtiene la miel, las diferentes problemáticas que se enfrentan en el sector y la importancia de diversificar.
Así se hace y obtiene la miel
Las abejas producen la miel a través de un proceso minuciosamente coreografiado. Para recoger esa miel los apicultores colocan colmenas en diferentes terrenos de manera estratégica, según las floraciones que se den alrededor. “La abeja melífera (Apis mellifera) tiene la capacidad de hacer más miel de la que necesita si tiene dónde meterla, entonces nosotros les vamos dando más espacio por arriba de la colmena con lo que llamamos ‘alzas’”, explica Hegoi. En estas alzas hay una serie de láminas con panales compuestos por celdillas donde las abejas depositan la miel. Pero, ¿cómo fabrican esa miel en cuestión?
Todo empieza con el néctar que producen las flores, compuesto mayoritariamente por agua y azúcar y una pequeña parte de aminoácidos, vitaminas y minerales, entre otros. En su relación mutualista con las plantas, las abejas van recolectando el néctar de cada flor –al mismo tiempo que hacen una gran labor de polinización– y lo van almacenando en el buche.
“Ellas saben que para poder conservar ese néctar le tienen que quitar la humedad para que no fermente. Entonces hacen algo que se llama trofalaxia, que es como ir dándose besos de unas a otras pasándose el néctar. De esa forma, con unas enzimas que tienen, se va disminuyendo la humedad y se va transformando en miel”, cuenta Hegoi, algo que ocurre por la transformación de la sacarosa (un carbohidrato complejo) en fructosa y glucosa (azúcares simples). “Cuando está casi listo, lo meten en las celdillas. Después es cuestión de ventilar para terminar de quitar la humedad”, un proceso que llevan a cabo con su propio aleteo.
Lo que Hegoi cuenta a continuación denota, una vez más, la gran capacidad de las abejas: “llega un momento en el que ellas saben, de alguna manera, que la miel tiene un máximo de un 18% de humedad y que, a partir de ahí, no se va a fermentar. Cuando saben eso, tapan la miel con cera pura (la misma que se usa en pomadas y ungüentos, por ejemplo) y queda ahí guardada. A esa pequeña tapa de cera se le llama ‘opérculo’”.
A partir de este momento el apicultor puede recoger la miel. Para ello retira las alzas y desopercula los panales donde hay miel, es decir, retira la tapa de cera creada por las abejas dejando la miel al descubierto. A la escala en la que produce Hegoi, este proceso es manual y se realiza cuidadosamente con una especie de cuchillo alargado de doble filo serrado y con algo similar a un peine de púas finas cerrado. “Una vez están desoperculados los panales se centrifugan. Antes se aplastaban a mano”, explica.
“La miel pasa al madurador después del centrifugado. Este paso es necesario porque en el centrifugado se le incorpora aire a la miel y se forma una espuma. En el madurador, tras una semana, esa espuma queda en la superficie y se retira”, comenta. Una vez lista, solo queda envasar.
Floraciones y otras cuestiones de la actividad apícola
Dicho esto, podría parecer que el trabajo del apicultor queda reducido a recoger y comercializar la miel. Nada más lejos de la realidad: para que este proceso suceda se debe procurar la buena calidad de vida de las abejas durante todo el año. “En la apicultura, para los humanos, la temporada empieza en otoño. Necesitas que las abejas entren al otoño muy fuertes, con mucha población, sanas y con mucha comida para pasar el invierno para que cuando lleguen las floraciones de primavera estén en plenas condiciones para aprovechar la mielada bien”, cuenta Hegoi.
Y es clave también, para ello, saber dónde colocar las colmenas, algo que se decide en función a las floraciones que puedan tener alrededor. “Necesitan que haya floraciones copiosas y melíferas en, más o menos, un radio de 1 km, a pesar de que pueden volar hasta 3 km. También es importante que las floraciones melíferas sean escalonadas a lo largo de los meses y que no haya penuria entre unas y otras”, explica Hegoi. En nuestra región, “la acacia es la flor que más néctar da pero es muy poco segura porque el viento y la lluvia acaban con ella fácilmente”. Las condiciones climatológicas son siempre claves en la apicultura: este año la sequía ha estropeado la floración de la zarza, el castaño y el trébol blanco, tres relevantes en la zona. Para un sitio como el País Vasco, al que los apicultores llaman “desierto verde” por la poca variedad de plantas con floraciones melíferas, este tipo de problemáticas afectan especialmente.
Otro aspecto relevante que los apicultores deben tener en cuenta es la alimentación de las abejas. “Sin alimentar a las abejas es imposible hacer miel”, dice Hegoi, “tenemos que asegurar que haya una población suficiente para hacer el producto. Si tú les dejas a su ritmo normal, sin alimentarlas, la población va bajando. Es un problema de ahora, desde que está la Varroa y la avispa asiática. Los apicultores más mayores de aquí han conocido otra manera de hacer apicultura”.
Varroosis, avispa asiática y neonicotinoides
Las abejas, como tantos otros seres vivos, sufren problemas provocados por plagas, depredadores y por la actividad humana. “Las causas más importantes están relacionadas con la globalización. Aquí todos conocemos la avispa asiática y la hemos visto en el telediario pero realmente no es nada comparado con la Varroa, que es la madre de los problemas en la apicultura. Está provocada por el ácaro Varroa destructor que parasita tanto a crías como a abejas adultas y vive de su hemolinfa, debilitándolas y/o provocándoles la muerte”, explica. Se trata de una enfermedad distribuida en todo el mundo que afecta gravemente a la actividad apícola y que se introdujo en España en los años 80. “En Asia, de donde es originaria esta enfermedad, hay especies de abejas que son capaces de adaptarse y sobrevivir pero aquí no. Las abejas no son capaces de sobrevivir sin la ayuda del apicultor o apicultora: si no las tratas, se mueren. Si no mueren este año, morirán el siguiente. Tanto es así que aquí, en la naturaleza, ya no existen los enjambres silvestres de Apis mellifera, su supervivencia recae en los apicultores”.
La avispa asiática es otro de los problemas en la región. “Ataca a los colmenares en la época en la que se están preparando para el invierno y se une además con la Varroa que viene muy desarrollada desde primavera. Al final de verano, cuando la abeja debería estar preparándose para el invierno para que tenga recursos otra vez, estando muy cargada de Varroa, tiene un bicho enorme esperándolas fuera. Eso provoca que la colmena no sea capaz de salir a hacer sus actividades con normalidad y empiezan a consumir los recursos que tienen dentro”, comenta Hegoi. “Si uno no interviene, va bajando cada vez más la población, que ya no es suficiente para pasar el invierno, y entonces o no llegan a primavera o llegan muy deterioradas”.
En cuanto a los problemas derivados de la actividad humana, destaca el uso de neonicotinoides que, como bien explica Hegoi, “son insecticidas muy agresivos que se utilizan para atacar el sistema nervioso de las plagas en agricultura. Si hay abejas en la zona, les afecta”. Y prosigue: “Las abejas son grandes polinizadores porque, si cogen una floración, van al 100% con eso. Si están los manzanos de Sarria en flor, por ejemplo, van de una en una y repasan varias veces cada flor hasta terminar. Si dan con un cultivo contaminado con neonicotinoides, se hacen mucho daño a ellas mismas”.
¿Cuál es la situación en el Duranguesado?
Después de hacer un módulo de jardinería y forestal en la Escuela Agraria de Derio, Hegoi tuvo claro que quería instalarse en el sector primario. “Estuve trabajando con 18 o 19 años con un pastor durante una temporada, hice trabajos de jardinería y otras cosas, y luego con 22 años vine al Duranguesado y he hecho todo tipo de trabajos, pero siempre con ganas de instalarme en el sector primario de alguna manera. Durante muchos años estuve muy frustrado porque el acceso a la tierra aquí, si no tienes mucho dinero o eres el heredero de una familia que tenga tierra, es prácticamente imposible”, comenta Hegoi, destacando un problema de gran importancia que afecta a muchos productores de la zona de manera recurrente y determinante.
“En el Duranguesado el terreno rural pareciera que está secuestrado. Para alguien que no es una familia de origen rural es casi imposible, con los precios que tienen los caseríos y con los precios que tiene la tierra, poder acceder y buscar un nivel de rentabilidad con el que puedas darle la vuelta a una inversión tan grande. Para mí, el primario, es el único sector donde te tienes que arruinar económicamente a ti y toda tu familia para ver si consigues sacar un sueldo, sin la seguridad de que lo vas a conseguir. Hay muchos agricultores que llegan a tener un sueldo de 1000€ cuando llevan 15 años trabajando… Si eres una persona urbanita como yo, tienes dos opciones: frustrarte y no hacerlo o entrar en unos sistemas de ayudas que son súper peligrosos”. La apicultura, en este sentido, tiene su parte buena: “no tienes por qué tener terreno en propiedad, normalmente utilizas terrenos de otras personas”.
Respecto a la comercialización de la miel, la situación es positiva. “La miel se vende sola. La gente quiere miel y el producto local se vende. El mercado es mil veces más grande de lo que abarcamos los pequeños productores. En el Duranguesado se vende un porcentaje ínfimo del producto local, tenemos todo por hacer. Antes cuando estaba en la escuela agraria yo escuchaba “lo fácil es producir, lo difícil es vender”. Ahora, para mí, es al revés”, cuenta. Destaca también que ese es el caso particular de la miel: “es más fácil, evidentemente, porque lo que no vendes te lo llevas de vuelta. Los que venden verdura y otros productos frescos lo tienen más difícil y son campeones y campeonas”.
Lo que no resulta tan positivo es la postura que toman las entidades públicas a la hora de apoyar la producción local, otro problema que se repite para la mayoría de los productores, sea cual sea su área de trabajo. Los sistemas de ayudas del sector agrario se basan en el cumplimiento de UTAs (Unidad de Trabajo Agrario) y otros requisitos. En el caso de la apicultura, se considera que una UTA debe implicar el trabajo de 320 colmenas, un número que aleja por completo a los pequeños productores. “Si alguien quiere trabajar menos horas porque su prioridad es cuidar de su familia y estar presente, como es mi caso, ¿por qué no se considera productiva una explotación de media jornada? ¿Por qué todo tiene que ser hiper productivo?”, cuestiona Hegoi.
La importancia de diversificar
“La mayoría de los apicultores tienen otro trabajo o se dedican intensamente a la producción. Yo quiero romper con esa dinámica, buscar un intermedio”, confiesa. En ese equilibrio la clave está en la diversificación. La colmena ofrece miel pero también hay otros productos interesantes como la cera, el polen o el propóleo, que se consume cada vez más, sobre todo después de la pandemia de Covid 19. “Aquí estamos en un muy buen sitio para hacer propóleo y polen. Tendríamos que mirar más a eso. Lo interesante es vender el polen en fresco pero aún hay poca cultura de eso”, comenta.
Más allá de estos productos Hegoi está involucrado en un mercado interesante que tiene que ver con la mejora genética de la abeja negra local. Explica: “es un problema global la hibridación de las abejas. Como las abejas pican y eso nos molesta, se tiende a utilizar las abejas italianas que no pican. Pero aquí necesitamos una abeja rústica, que aguante que un día hagan 30 grados y al siguiente haga frío”. Junto con otros compañeros forma parte de Erbel, una asociación dedicada, precisamente, a la mejora de la abeja negra (Apis mellifera iberiensis) presente en toda la Península Ibérica y con distintos ecotipos según la zona. “Lo que estamos haciendo ahora es intentar mejorar la cualidades de la abeja negra local para que sea más rentable y más tentadora para quien tiene que tomar decisiones sobre qué abejas usar y no caer en lo fácil. Buscamos líneas más mansas, más productivas, más resistentes a la Varroa (algunas lo son porque tienen más tendencia a la higiene y eso hace que les afecte menos). En Erbel se reparten reinas fecundadas de diferentes líneas y cada socio hace tests (estandarizados de Europa) y va puntuando los distintos rasgos, así la siguiente generación se hace con las más interesantes”, explica.
Sin embargo, por su método de reproducción, que ocurre fuera de las colmenas, es difícil identificar dónde se fecundan las abejas y con qué zángano. Para solucionar este problema, cuenta Hegoi, “se puede hacer inseminación artificial, que tiene sus limitaciones, o conocer la biología de la abeja, saber qué costumbres tienen a la hora de aparearse e intentar que se den las condiciones para que la mayoría de las reproducciones sean de la línea que a ti te interesa. ¿Y eso cómo se hace? Saturando un valle con zánganos de la genética que es conocida por ti. En Erbel, en Ataun, que es un valle estrecho y largo, se sabe que las reinas vírgenes tienen tendencia a ir hacia arriba y no pasar las montañas, yendo hacia donde se abre el valle. Se ha llegado a un acuerdo con todos los apicultores de la zona para poner la línea que interesa y, mediante un acuerdo con una institución de Suiza, se analiza la descendencia y se va cribando. Se ha visto que saturando la zona se ha conseguido hasta un 75% de vírgenes y zánganos que se unen. Viendo el mapa de Ataun dije, ‘Atxondo es como esto más o menos’. ¿Por qué no lo intentamos poniendo una estación de fecundación en Arrazola? Ahora veremos si conseguimos resultados similares. Si eso va bien, una manera de diversificar mi trabajo podría ser hacer reinas para que los socios las testeen”.